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Juan José Sebreli Contra la Alianza de las Sirvientas y Javier Milei

Juan José Sebreli contra la Alianza de las Sirvientas y Javier Milei

Hace una semana, Perfil publicó una entrevista a Juan José Sebreli (cuyos escritos debo confesar no haber leído hasta ahora) y me generó curiosidad lo dicho en esa ocasión.

Cuando le preguntaba a alguien qué le parecía como escritor, siempre me daba de frente con algún putifino poniendo esa cara retóricamente seria que parece un affetto de Charles Le Brun o el producto de una coreografía diseñada por algún dúo de supuestos intelectuales volcados a las artes que creen que cuenta con una sensibilidad especial, que en algún momento tienen que compartir con la masa amorfa. Ese tipo de homosexual que hace una carrera llevando la corrección a una hipérbole que, como toda hipérbole, es terriblemente incorrecta pero –dado que no es intencional– ni siquiera cuenta como pensamiento crítico.

Pero Juan José Sebreli parece ser el decano de este tipo de putifino y su fetiche no es el arte como producto cultural sino la democracia parlamentaria como institución. Me atrevo a decir que esta visión encalla en el radicalismo, cuando Alfonsín fracasa y demuestra su lado maquiavélico al pactar con Menem.

Allí, este grupo de actores (o, mejor dicho, de gestores) culturales se ofende para fijar su opinión como un rictus que le queda fijo desde hace más de veinte años. Ejemplos de esto hay en el delarruismo de segunda categoría, del estilo de María Sáenz Quesada, Luis Gregorich o Martha Mercader, y que de pronto reaparece con Sebreli, quien –como el fantasma del padre de Hamlet– nos recuerda con un maniqueísmo elitista usado para perpetuar el propio privilegio, que siempre hay que odiar al que esté debajo, como si fuera una amenaza directa. De este odio, esta gente procura hacer una carrera burocrática… si el peronismo los deja.

Entonces,el tema de este post es la frustración sexual de un tipo de personas como Sebreli, Sarlo, Aguinis, Barney Finn y aquellos a quienes yo llamaría “las ofendidas”, que pretenden ser –y hasta son presentados como– formadores de opinión, aunque no puedan convencer ni al ahijado heredero.Click to Tweet

Al carecer del sistema universitario neoliberal que les exija una idea (aunque sea agarrada de los pelos y muy de vez en cuando), el tipo de porteño sebreliano ha hecho de la ofensa impresa en su rostro como affetto, una carrera intelectual.

Desde ya, sus teorizaciones siempre tienen pretensión; y se sienten compelidos a una militancia basada, fundamentalmente, en abrir la boca frente a un micrófono (que no me queda demasiado claro por qué vuelve siempre a posarse en sus labios como si su opinión trajera algo de cordura, o ayudara a entender la realidad).

A decir verdad, lo que sale de esos labios es un sistema en loop. Consumir Sebreli es una experiencia tan Recoleta que Time Out debería tenerla en cuenta para ser incluida en sus guías turísticas. Obviamente, la ofensa de esta gente es directamente proporcional a su narcisismo.

Por eso, antes de sacar conclusión alguna, me tomé el trabajo de leer algo escrito con cierta sistematicidad por este buen señor y en Scribd aterricé en un texto que ya en el título (Eva Perón. ¿Aventurera o militante?) evidencia un maniqueísmo que aparece como la espina dorsal de su pensamiento.De manera resumida, para Sebreli, la realidad se estructura por medio de un sistema de opuestos, algo que es didácticamente fácil de absorber pero que acaba reduciéndola al melodrama.

El problema con este tipo de análisis es que perpetúa la infantilidad del lector, confirmando lo que ya sabe: para decirlo en términos de sistema productivo, el trabajo de Sebreli consiste en ilustrar con ejemplos una posición que no cambia y que tiende a fosilizarse en tanto fetiche. Su soberbia lo hace equivocarse al creer que tamaño simplismo puede pasar por hegelianismo. Basta con leer uno de los primeros párrafos de ese libro para ver cómo viene la mano:

“Eva Duarte de Perón juega el papel de la Cenicienta que se casa con el príncipe, y su fantástica transformación permite a los pobres creer en un cuento de hadas. El triunfo de Eva Duarte creaba la ilusión de que la fortuna estaba al alcance de todos, era la revancha imaginaria de todas las sirvientas”.

La violencia con la que este hombre destruye el sueño americano (que, a decir verdad, antes de la debacle económico cultural y económica en manos –precisamente– de su generación, era también el sueño argentino), debería preocupar a los editores que lo invitan a charlar.

Sebreli continúa diciendo:

“Eva Perón quiere ser adorada como un ídolo, pero la dialéctica hegeliana del amo y del esclavo también se cumple aquí: la mujer que quiere ser adorada se vuelve la esclava de su adorador. En esa etapa, María Eva Duarte acepta conscientemente su papel de pasividad femenina…”.

El lesbianismo como obligación patriarcal de la heredera

Sebreli confunde la lógica del amo y del esclavo con el popular dicho de que los extremos se tocan. Pero como gay, debería entender la otra acepción de la lógica del amo y del esclavo, más queer: se tocan porque son los extremos los que deben tocarse. Luego, demostrando un generalismo preocupante y si de dar ejemplos sobre dogmas de fe institucionalista se trata, dice:

“El hombre de acción es generalmente un solitario y la mujer de acción dentro de una sociedad masculina debe inevitablemente formar parte de una pareja: Aspasia de Mileto junto a Pericles, Teodora junto a Justiniano, Serafina junto a Cagliostro, Madame Pompadour junto a Luis XV, Lola Montes junto a Luis de Baviera, la Delfina junto a Ramírez, Encarnación Ezcurra junto a Rosas, Madame Lynch junto a Solano López. Cuando se trata de una mujer sola como en el caso de Juana de Arco, es necesario inventarle a su lado una figura mítica: la de San Miguel Arcángel. La soledad, la independencia solo le está permitida a algunas reinas –Isabel de Inglaterra, Catalina la Grande, Cristina de Suecia– o a algunas santas –Teresa de Ávila, Catalina de Siena…”.

Demos un poco de forma a este caos.

En el primer grupo –que es el de las mujeres de Pericles, de Justiniano, de Luis XV…– los soberanos son ellos (y no sus esposas), y es por esto que son ellos quienes representan el cuerpo político.

En el caso de Isabel y Catalina, ambas heredan el trono por lo que son ellas quienes constituyen el cuerpo político y, en tanto tal, operan como si fueran hombres. Para decirlo sintéticamente: para ser reconocida como exitosa o talentosa, hasta hace muy poco –y creo que esto sigue estando vigente– toda mujer necesitaba la autorización, no solamente de un hombre, sino del patriarcado.

El esencialismo biologicista es un problema que atraviesa el libro hasta que se convierte en otro mucho mayor, que es el posicionamiento del autor respecto de su objeto de estudio.

En principio su esencialismo obedece a no entender la diferencia entre género y preferencia sexual, o entre género y orden social.

Tal vez sea por esto que, en la Argentina, las herederas solo conservan algo de poder a condición de primero tener hijos con un alto perfil y, luego, practicar el lesbianismo. Hay varios ejemplos de esto: María Luisa Bemberg, Orly Benzacar, Marcela Tinayre,

y no herederas como Susana Giménez y su entorno de amazonas incluyendo a su propia hija, of course. Se les permite que hagan lo que se les cante, pero antes deben dar señales claras de que lo primero es la familia. Las chicas ni lo dudan, porque si algo están es privatizadas.

Muchacha ojos de papel

Pero, ¿cómo marcar los límites de este grupo? ¿Quién pertenece al grupo y quién no?

Yo diría que la dictablanda de Onganía es la responsable de la masacre del 76 ya que la intelectualidad blanca del Nacional Buenos Aires es la que tuvo que sumarse al peronismo de izquierda para permitirse –y que le sea permitido– coger.Click to Tweet

Si se tiene en cuenta que la influencia de la Iglesia en la cultura y las políticas educativas durante las dictaduras argentinas ha sido determinante y esto altera la relación entre las mentes y los cuerpos de los fieles oprimidos a punta de pistola, la combinación es explosiva.

En el 68, la revolución sexual llega a Buenos Aires con Muchacha ojos de papel de Almendra que –para peor– hoy en día es recordada como piedra fundacional del rock nacional. Rock nacional A duras penas, es un lamento hippie de nene bien que usa su privilegio para confirmar el orden heredado. Si no hubo nada de valiente en Spinetta, imagínense en Sebreli. La letra de Almendra dice así:

Muchacha ojos de papel
¿Adónde vas? Quédate hasta el alba
Duerme un poco y yo entre tanto construiré
Un castillo en tu vientre hasta que el sol
Muchacha, te haga reír
Hasta llorar, hasta llorar
Y no hables más muchacha
Corazón de tiza
Cuando todos duerman
Te robaré un color
Y no hables más muchacha
Corazón de tiza
Cuando todos duerman
Te robaré un color

Solo estas estrofas –que son menos de la mitad de la canción–, contienen cinco órdenes directas del hombre a la mujer que mientras son llevadas a cabo, supuestamente, por la obediente fémina, le permiten al varón jugar con su “vientre”Click to Tweet

¿Qué es esto, entonces?

Es una oda a la noviecita y el destinatario no es ni siquiera ella (en este esquema resulta ser menos que cero), sino sus padres.

El pelotudo que arma castillos en el vientre en lugar de cogerla haciéndola gozar les está pidiendo permiso para coger antes del matrimonio.

Dicho en otras palabras, Spinetta compone la piedra fundacional del rock nacional (que no es rock sino que es una balada hippie que tampoco es hippie, porque de libertad no tiene nada y garantiza –mediante un pacto no explicitado– los términos de la continuación de la opresión a la mujer).

Mientras tanto, todos siguen aplaudiendo. Además, lo violento es que él no la quiere, sino que la usa, deprecia O DESPRECIA? y humilla. En palabras de él, ella tiene un corazón de tiza, a medio cocer, y una voz insoportable de pájaro que él –una y otra vez– pide apagar.

El gorila y el necrófilo se tocan 

Si volvemos a tratar de entender qué procura Sebreli, quizás logremos adentrarnos en la lógica interna de aquello que los peronismos llaman “gorilismo”Click to Tweet: su decisión de dedicar un libro a Evita no es odio sino algo más. El verdaderamente “gorila” aniquila a aquel que desprecia, lo bombardea, como en 1955. En cambio, en Sebreli hay una queja deseante, un cierto enamoramiento con el objeto de su desprecio.

Uno siente que a Eva no la odia ni la quiere anatomizar sino que no quiere dejarla ir. Así, le dedica un libro entero que –para decirlo en términos psicoanalíticos– es el resultado de la identificación del hijo con la madre tras que el padre intentara reprimir la natural tendencia al incesto.

Dice que es para congraciarse con la derecha recoletosa pero, la verdad, es que eso le importa hasta ahí, porque lo que Sebreli quiere es coger como un peronista. Pero a medida que avanzamos en la lectura, no parece precisamente amar a Eva, sino al padre ausente: Sebreli se calienta con ese poder ausente pero omnipresente. Sin embargo, de pronto, al terminar el capítulo sostiene: “La lucha de la mujer no puede encerrarse a la lucha de sexos” y acerca a Evita a Rosa Luxemburgo. Y dice esto en una página en la que cita a David Viñas y el giro en U me deja desconcertado: en un capítulo pasa de afirmar los esencialismos más biologicistas para terminar con un judith butlerianismo avant la lettre que, y acá está el quid de la cuestión, puede ser decodificado si se presta particular atención a las oraciones previas, donde manifiesta que “…una pareja puede vivir en la reciprocidad y el reconocimiento mutuo sobre todo cuando existe entre ambos una acción, un trabajo, una lucha en común…” para rematar diciendo: “Por otra parte, siendo la cultura algo eminentemente masculino, la mujer deberá adherir a algo que no la representa y que fue escrito por el hombre”. Esto es cierto, pero el modo en el que está presentado es raro porque, en principio, él es hombre y se enarbola como un representante de la cultura por lo que ¿cuál sería su lugar en este esquema?

La respuesta es todos y ninguno. Él es el nene enamorado de papá y de mamá, el que quiere verlos en todas las situaciones y tan enamorado está que –a pesar de ser puto– no duda en decir que una pareja solo tiene sentido si está definida en términos cristianos o, para el caso, peronistas. Con un proyecto común. ¿Con un proyecto común? Y uno se pregunta: “Pero si los gays no tienen hijos, ¿dónde se para Sebreli ahí?”. Y allí viene la identificación con Evita y Perón: en su infertilidad.

Sebreli ve a un puto como infértil, como un frustrado eterno a quien lo único que le queda es la actuación prostibularia que él observa en Eva.Click to TweetUna mente madura colocaría esa conclusión al principio pero, al ubicarla al final, Sebreli es quien queda en condición de viabilidad. Para él, Eva todavía tiene salida, a pesar de ella. Todo depende de si Perón la escucha. Este tipo de eticismo se traduce en un feminismo que no es otra cosa que una declaración de voluntad dependiente de una magnánima generosidad masculina.

Ahora sí, entonces, podemos volver a la entrevista que le hacen en Perfil sobre Milei pero algo sigue siendo incomprensible: ¿por qué, a los 91 años, Sebreli quiere seguir vigente en base a un maniqueísmo que permanece intacto y estéril y que lo coloca en el papel de ciudadano iluminista y racional en oposición al no ciudadano joven irracional e inmaduro? Un Sarmiento gay y enemigo del espectáculo.

El Hamlet argentino

Pero para poder dejar una herencia a las siguientes generaciones tienen que ocurrir dos cosas: un acto de generosidad y otro de respeto por el heredero.

Algo de esto se puede ver en el proyecto de Carmen Berenguer del Hamlet chileno. Un proyecto que, literalmente, se enuncia como de ultratumba y no porque Berenguer se vea muerta, sino porque cree estar en una mejor posición para entender el verdadero significado de la herencia.

Para los queers, la herencia es algo mucho más complejo pero, para Sebreli, es una oportunidad para seguir ventilando su desprecio por aquellos que no son como él.

Según él, los jóvenes son descerebrados, “no les interesa la política y optan por el espectáculo y la extravagancia”. El fetichismo continúa aquí de la mano de la nostalgia, al creer que la razón y la cultura se comunican solamente por medio del texto y de los libros y que el espectáculo no es otra cosa que el facilismo de evitar los primeros. A estas alturas, este anciano ni siquiera es Sarmiento (quien supo fascinarse con el espectáculo de las pinturas de Monvoisin en Chile).

Para peor, según Sebreli, estos jóvenes no están interesados en mirar programas políticos en TV.

Llegados a este punto, este señor no habla de los jóvenes sino de él mismo, puesto que son los viejos de 70 para arriba quienes ven TV hoy, y quienes ven programas políticos.

Su fascinación por su objeto de desafecto es evidente al tiempo que no se erotizan con él.

Como un hombre de noventa y pico de años, no ve la potencia en el abrazo de una nueva generación a alguien como Milei –quien no parece tener ningún mérito propio, más que el de haber generado, a base de gritos, el oxígeno suficiente para que esa subclase que no es solo exmacrista sino también exkirchnerista– tenga algo de esperanza.

¿Y qué es la esperanza sino el capital de los desesperados?

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